Lo tenemos claro; cuando nos disponemos a hacerle fotos a un bebé, a una familia o a un niño o niña hacemos un reseteo mental. Desactivamos la prisa y el sentido del ridículo y activamos la paciencia con el potenciómetro a tope. Y ya, con estos preajustes, si hay que jugar, cantar, saltar, pintar, o lo que sea…, pues encantados. Hacemos lo que haga falta para conseguir la mejor sesión posible de un bebito, unos hermanitos, una familia, una niñita, etc.

Los niños suelen tener su propio criterio sobre adonde quieren estar, qué les apetece hacer y con quién. Lo único que sabemos seguro es que quieren jugar, así que hay que montárselo para que les apetezca hacerlo en nuestro estudio y con nosotros.

La primera parte de la sesión es la pre-sesión, que consiste en llevarlos a tu terreno. Y aunque pueda parecer que tenemos un método clarísimo para hacerlo… pues no tanto. El único método es tener la mente abierta, una gran sonrisa en la cara y ya vamos viendo, según el personajillo. Eso sí, despacito, sin obligar a nada y con mucho cariño.

La verdad es que nos encantan y nos entendemos muy bien, aunque la experiencia, desde luego, nos da ventaja.

De esta forma empezamos la sesión y así la continuamos, mientras dosificamos nuestros recursos para mantener a los críos entretenidos y sacarles el mayor partido posible.